parte 2
Este artículo me ha quedado largo en exceso. Lo he dividido en varias partes. Como se hacía antiguamente y si me lo permiten, por fascículos debido a su longitud. Espero que no se aburran.
Lo personal es político. Ya ha quedado claro que cuando algo se repite es, ni más ni menos, que un patrón. Un comportamiento repetitivo que se repite porque alguien tolera y otro saca provecho de ello.
No soy ni la primera ni la última en muchas cosas de las que voy a contar. Pero es precisamente por ello, por ser una más a la que le ocurren estas cosas por lo que es importante contarlo. Primero, por la capacidad de curación que se produce cuando contamos algo que nos ha ocurrido malo. La catársis era para los griegos el punto álgido en la Tragedia, el género noble por excelencia (junto con la Épica) donde ocurría una especie de simbiosis: el espectador conectaba con el protagonista, sufría con él y se redimía también. No en vano, la traducción literal es purga. Esa purga o purificación no hay que entenderla en términos católicos (que es lo que nos ha quedado en esta civilización cristiana de occidente), sino la expulsión de algo que nos daña para ser mejores, o al menos sanar. Es por ello que la que escribe siente alivio real al compartir experiencias, pero también quien lea y se sienta representada en mayor o menor medida. La empatía es lo que permite ponerse en el lugar del otro, acercarse a las experiencias y comprender el sufrimiento. Cuando se ha sufrido situaciones similares, la empatía viene por identificación. Refuerza nuestras creencias y da validez a nuestras vivencias.
Esto último es muy importante. En este patrón que describo incansablemente hay una constante. Un axioma invariable que es el que produce todo esto: no tenemos derecho a quejarnos. Las mujeres sólo podemos asentir, conformarnos, permitir, ceder, tolerar, soportar y transigir.”Es lo que hay”. “No se puede hacer más”. “Qué le vas a hacer” “No es culpa de nadie”… O sí?
Os cuento mi periplo. Vengo de una relación tóxica, abusiva y que me ha dejado secuelas de por vida. Jamás pensé ni que volvería a tener pareja ni que iba a convivir con otro alguien. Tan drenada estuve, tan falta de energía, tan poco dejó aquel abusador que de verdad pensé que no quedaba nada de mí.
Estuve un año y medio reconstruyéndome. Intentando construir una valía propia, una forma propia lejos de las humillaciones que soporté. Muy poco a poco (excesivamente despacio según ciertas personas de mi entorno) fui armándome de valor y empecé a valerme por mí misma. No faltaron mujeres que me ayudaron y que sostuvieron (tías, hermanas, abuela, amigas, incluso mi madre a pesar de sus peculiaridades). Por casualidad, descubrí que era una mujer y que era deseable. Por diversión y por conocer gente nueva me descargué apps para conocer otras personas. Lo bueno y lo malo de estas apps ya lo conocéis. Lo resumiré así; para encontrar la aguja en el pajar hay que descartar mucha mucha mierda. Y es que hay muchos que sólo tienen una visión de su homóloga humana y es ser un objeto que les dé placer, y como objetos que son, una vez usados son descartables.
Entre medias, conocí a alguien que parecía mecerer la pena. Y qué queréis que os diga, con edades más cercanas al medio siglo que al cuarto de siglo, me lancé. Con debidas precauciones legales garantistas (esto debería ser otro artículo; casarse para proteger derechos en caso de herencias, permisos… y la separación de bienes como algo lógico y por defecto para mantener independencia económica), me lancé. Al año y medio pensamos que la maternidad corresponsable era buena idea. Y quiero llamarlo así, maternidad (corresponsable o no), porque de la mater surge, la mater sufre, y mucho (consecuencias, procedimientos…) y la mater es la que aguanta. Incluso si no hay retoño al final. Sientiéndolo mucho, el padre es mero espectador, para bien o para mal. Dependerá de la empatía y de su nivel de responsabilidad sobre el retoño lo que haga que sea espectador, soporte, o elemento desestabilizador.
Dos años por debajo de la edad tope para reproducción asistida comenzamos (o comencé) el periplo. En la seguridad social sólo te atienden hasta los 40. Me pedían que pesara un peso que quizás hace 20 o 25 años pesara. En todo ese tiempo no me derivaron a un endocrino a pesar de que mi IMC reflejaba la necesidad de uno. Dejaron pasar el tiempo y en la última consulta a falta de 3 meses para cumplir 40, sí que me ofrecieron esa derivación que sabía a hiel.
Y es que para todo hay clases. En ese momento tras años sin trabajar y sin cotizar (como mucho trabajar en negro, otra trampa que mereciera capítulo aparte en el caso de mujeres), mi dinero era exiguo a falta de una palabra mejor. Y la seguridad social lo único disponible. La indolencia y pasotismo de estas médicas (en su mayoría mujeres curiosamente; otra cosa que da para un capítulo aparte) es increíble. Increíble porque la sororidad es muy dificil no sentirla (o eso me parece), y muchas de estas mujeres no sólo no tienen un ápice de empatía (la simpatía tampoco está ni se la espera en hospitales, yo creo que han debido hacer un ritual vudú para estirparla y que jamás aparezca en muchos casos) sino que parece tratan cualquier cualquier movimiento como amenazas (me han llegado a amenazar por levantar una ceja).
En ese momento que pedí ayuda con la reproducción asistida, cambié de trabajo. Un trabajo de alta demanda con muchas dosis de estrés y muy agotador. Hay una corriente que dice “no seas perfecta”. “Acéptate como eres”. Sinceramente creo que esos mensajes son un arma de doble filo (los critico aquí y aquí). Por un lado es obvio que la propia valía hay que crearla una. Creo que la propia valía no necesita validación externa, pero de ahí al conformismo hay muy poco. Y es que creo que no hay gente fea, lo que hay es gente pobre. Y es que en realidad somos feas y gordas porque somos pobres. No me puedo costear una reducción de estómago privada. No me puedo costear una dieta hecha a base de batidos (que es lo que necesito según muchas endocrinas). Con mi anterior trabajo tenía jornadas de 6 horas (de lunes a domingo, no penséis que tenía ningún chollo). Mi trabajo era diario (he llegado a tener hasta 22 días seguidos sin librar), pero de 6 horas al día. Esto, que parece una chorrada era lo justo para poder dedicar 2 horas a moverme. Sí podía ir al gym y mantener a raya los kilos de más. El gimnasio estaba en mi lugar de trabajo, de modo que pasaba allí como unas 10 horas al día. La falta de tiempo me hacía llevarme sandwiches vegetales integrales con mucha mucha espinaca. Y adelgacé. 18 kilos. Sin embargo al cambiar de empleo esas 10 horas no se repartían en gimnasio y trabajo, sino en transporte y trabajo. Y no eran 10. La jornada partida, tan española, tan antipersona, hacía que mis 8 horas de trabajo pasasen a 9, porque la hora de comer es obligatoria y no remunerada. Ahora sumen el ir y el volver. En coche propio, eran hora y media ida, y otro tanto vuelta (Insisto en el hecho de que era vehículo privado, pues cuando mi coche se averió, no me quedó más opción que el transporte público: 3 horas ida y tres vuelta total; otra jornada de trabajo de 6 horas). Tres horas en total más las 9 del trabajo, 12. Saliendo a las 6.30 de la mañana y volviendo a las 7.45 de la tarde (que hay que contar atascos, búsqueda de aparcamiento…), dígame alguien cómo se va al gimnasio o a cualquier cosa. Todo ello queda relegado al fin de semana, que obviamente supone hacer el trabajo de mantenimiento y abastecimiento en el hogar (carga mental), que no se hace entre diario, más algo de ocio para que al menos parezca que estás viviendo. Pero, por supuesto, no era suficiente. Repito que el peso que me pedían creo que lo pesé con 15 años.
Pues en este contexto, que adelgaces está dificilillo… Cuando, por capacidad económica y de ahorro empecé a mirar (es decir poder pagar) otro tipo de especialistas, pasan dos cosas: Covid y me quedo embarazada.
No sé a qué se debe quedarme embarazada en 2020 y nada en 2019 y 2018 a pesar de haberlo intentando… O sí. Y aquí viene eso de lo personal es político. Mi pareja creyó que con “poner la semillita” estaba todo solucionado. Vino al médico cuando le tocó. Y este “me dejo llevar”, pero si “yo te apoyo”… está muy bien. Pero no se necesita una palmadita en la espalda, sino un golpe en la mesa de quien no te atiende, una investigación sobre qué puedo hacer, cómo puedo ayudar. Y la sensación de que si sale, bien, pero sino, pues tampoco pasa nada. Como el que construye un castillo de naipes y cuando está a punto de conseguirlo se derrumba. Y uno se encoge de hombros, porque no vamos a hacer un grano de una montaña de arena, ¿no? Total, se vuelve a hacer el castillo, ¿qué más da? ¿cuántas mujeres abortan? ¿Cuántas parejas no pueden tener hijos? ¿Qué más da? He echado de menos una investigación conjunta. el intercambiar datos. el “mira, he visto esto, ¿nos vale?¿lo probamos?”.
Durante mucho tiempo me convencí de que no quería bebés. Mi exmarido no era material de padre. No podía abarcar todas sus demandas; pueriles, caprichosas, irracionales… no podía pensar ni parar para ver el hoyo que cavó para mí durante 15 largos años. Un hoyo muy profundo que tardé en escalar de nuevo a la superficie. No era capaz de respirar. ¿Cómo hubiera podido ocuparme de alguien si no era capaz de ocuparme de mí misma? Me creía absolutamente incapaz. “Too good for nothing” como dirían los angloparlantes.
Pero me levanté. Y con otros ojos, otros que me fabriqué, escalé. Nuevo trabajo. Aquel trabajo me dio alas para otro mejor… y sé madre, si te atreves. Porque ves como silencian o echan a compañeras. Evidentemente, no es algo que se ve, hay que acercarse e indagar. Empieza con “no rindes igual”/”si vuelves al trabajo es para estar al 100%”/ “no te esfuerzas”. Sigue con no asignar tareas que podrías hacer y con buen resultado para colocarte en otras en las que si un buen resultado es obtenido es porque el universo se ha conjugado para que ocurra. Si estas dos circunstancias concurren el suficiente tiempo se produce lo inevitable: bajas tu rendimiento. Ejemplo: No sabes vender,lo haces mal, deberías vender 10 al día… tenemos una campaña maravillosa (tradución, te vamos a mandar a la mierda); vas a vender arena de playa en el Sáhara. “¿Pero eso es casi imposible?” “¿Te estás negando a hacer tu trabajo?” “No, pero…” “Pues espero 10 ventas diarias”. Y tú te esfuerzas en decir que la arena de playa es más fina, más bonita y hasta más simpática… y no ocurre nada, por supuesto. Nadie quiere comprar lo que ya tiene gratis y en cantidades ingentes… y tras unos días, una semana, 15 días… “Tenemos que decirte que no estamos contentos con tu actuación en la empresa. Tu productividad no es aceptable y como comprederás la empresa también necesita crecer y ganar dinero y nos estás lastrando. No tenemos más remedio que prescindir de ti”. Y no las vuelves a ver más. Aún no lo he sufrido, pero lo he visto. Cuando las barbas del vecino veas cortar…
Tú sabes que no es verdad. Ellos saben que no es verdad. Si has trabajado en más de una empresa, es probable que lo hayas visto en el 80% de ellas. Tus compañeros saben que están castigando por coger baja porque se ha querido, y es que en el mundo laboral ser madre es una opción, no es un cáncer, no es algo sobrevenido.Te compadecen, te animan, pero también necesitan el trabajo y salvo alguna pequeña queja que cuesta un mundo… Te echan por baja productividad cuando en realidad quieren decir no queremos mujeres fértiles que intenten hacer algo con sus úteros. Lo segundo a todas luces es ilegal, lo primero no. Y da igual que hayas sido madre o no. Si has abortado, no has sido madre, ergo… ¿por qué estás de baja? Venga, va, que es un “disgusto”. Pero tener un disgusto no justifica una baja tan larga. Volveré más adelante con lo del tema del “disgusto”.
Y llegamos a “los disgustos”.
1er disgusto. Era muy feliz. Las hormonas son la leche, son LSD natural y gratis. Mis tetas aumentan dos tallas, me inflo… pero coño, estoy feliz. Me mandan a la matrona que me dice anda, adelgaza y no comas embutido ni alcohol ni queso, ni sushi, ni nada crudo, ni nada que esté en la tierra, ni… Y ya. No sé cual es la función de la matrona, porque la que conocí era repartidora de fotocopias. No la volví a ver más pues al poco apareció el covid. y ahí estaba feliz, feliz… hasta que noté pinchazos, más dolor… sangre. Empiezas a mirar los efectos de ibuprofeno, paracetamol (muy curioso que TODAS las obstetras dijeran que era seguro el paracetamol y yo leer informes de revistas médicas diciendo que es relativamente seguro, es decir a baja dosis y puntualmente, porque no es seguro). Total, que estás dolorida y sangrando pero no tomas nada. Vas al hospital. Allí me reciben un grupo de 5 personas que ni saludan. “desvistete” “sientate” “pero si no sangras!?” (el aparato para hacer la ecografía vaginal machado de sangre y yo pensando “Están ciegas”) empezó a recitar un mantra de datos que no me eran familiares y que a ella le parecían una letanía de cosas aburridas y fastidiosas. Me muestra el monitor: “¿lo ves? en teoría es eso. Te puedes vestir”. Salgo y pregunto que qué pasa. “Aquí tienes el informe si sangras mucho, eso es que llenes una compresa en una hora (ni estando con la regla en mi caso, jamás he sangrado tanto, hasta el 2º aborto) vienes”. Vuelvo a insistir que qué ocurre y que qué puedo hacer. “Nada, ya estaría”. Vuelvo a preguntar por tercera vez, y en el tono más condescendiente que os podáis imaginar y mirándome por primera vez a la cara me dice: “ahora no se puede hacer nada, valeeeee? hay-que-es-pe-rar, va-leee? si sangras vuelves, valeeeeeee? te has enterado ya?” Pues no señora, no me he enterado con sus explicaciones de mierda, sí me he enterado que es un cero a la izquierda como persona y una profesional de pacotilla. Salgo y mi marido me pregunta que qué tal, a lo que respondo “ni idea”. Tres días más tarde sigo sangrando y voy a urgencias, esta vez privada. Con todo el cariño del mundo me explica que tiene pinta de ser un aborto, pero que late, que puede que, por lo que sea, vaya creciendo despacito y que le dé 15 días. Yo a los 2 ya no puedo más con los dolores, tengo unas migrañas que flipas de dolor y tensión y vuelvo a ir a un tercer hospital donde imploro que me digan que es un aborto y que me chuten lo que tengan. Efectivamente diagnosticaron aborto completo. No hicieron nada de eso de chutarme, así que ya me tomé yo lo que consideré. Básicamente me tuvieron una semana con dolores bestiales, asustada y sin información alguna. Pero lo que más rabia me da es que en los dos hospitales públicos a los que fui me tildaron de exagerada. Lo que siguió a continuación fue lo que llamo un “mal viaje”. Nunca he experimentado con psicotrópicos, pero creo que no debe ser muy distinto. Sangré durante dos semanas. Dos semanas de dolor intenso. Las maravillosas hormonas que me hacían feliz se esfumaron. Las que disparan el estrés y la ansiedad venían como en trombas. Desaparecían te dejaban vacía… y cuando creías que ya había pasado, volvían a atacar. La sensación era como si de repente te cayera agua del volumen de una piscina en la cara. Estupefacción. Tristeza infinita. No es que te dé pena, no. Tu cuerpo se queja amargamente y te inutiliza con el dolor. Tu cerebro, que estaba reconfigurándose 🔖 🔖, cortocircuita, entra en bucle, y debe desreconfigurarse. Desde fuera el no coordinar verbalmente de forma correcta, continuos lapsus de memoria, y andar desgarbada por el dolor… admito que desde fuera debo de parecer que sufro de algún tipo de minusvalía… pero leches, que sois médicas que tratáis con embarazadas, que el proceso mental sea más lento por la nueva reconfiguración de los neurotransmisores, deberíais saberlo y tenerlo en cuenta, ¿no? Me enteré por mi médica de cabecera que el óvulo no estaba fecundado y por eso el cuerpo lo expulsaba… Manda narices que sea la de cabecera la que me lo tenga que explicar. Y cuando ya ha pasado todo.
Vamos a por el segundo “disgusto”. Estaba convencida que era una niña. ¿por qué? Ni idea. Me pilló en lo más duro de la primera ola y del confinamiento. desde el principio estaba inquieta, drenada y ansiosa. Pequeños dolores constantes. Aquellas hormonas benditas del primer embarazo no llegaron a aparecer. El cerebro de embarazada sí. Y más molestias. Fui a urgencias como tres o cuatro veces. que todo era normal… pero oiga que me duele. “Es que hay que aguantar un poquito?” “¿los embarazos duelen?” pregunté perpleja. “Sí claro”. Más adelante, la de cabecera me dijo que no, los embarazos no duelen y si duelen es que algo no va bien. Había ido al menos 4 veces a urgencias. Total, lo mismo, migrañas, tensión, dolor por doquier, sangre esporádica, pero no la suficiente (porque como pasa siempre con las mujeres o estás medio muerta o no te hacen caso)… hasta que paró. Ya no dolía nada. ¡qué felicidad! Al día siguiente me dijeron que el bebé estaba muerto y que no latía su corazón. Por supuesto sola. Gracias al covid, todas las recomendaciones de sanidad y OMS se las pasaron por el arco del triunfo y todo se hace sola (a pesar de que la evidencia científica indica claramente que la mujer, por motivos de salud mental debe ir acompañada). No tienes a nadie, y vete a tu casa con el bebé muerto en la tripa. Te dicen que te dan la baja, pides al menos un justificante pero “no tienen ese formulario”. Explica en tu empresa que te han dado la baja pero que no la tienes hasta dentro de 5 días porque han quitado la atención primaria y la que te da el informe para la baja dice que no tiene formulario para poner que necesitas baja. Que no es su trabajo. Tu médica de cabecera tiene cita en 5 días que es quien da la baja… entre tanto, la señora no sólo me dice que mi bebé está muerto si no que elija a ver qué quiero para expulsarlo. Me dice que sufro de aborto en diferido (también llamado retenido). Tienen unas pastillas maravillosas que te lo sacan en un pispás o una técnica invasiva que requiere de quirófano (legrado). Mi instinto me dice que esa descripción tiene truco. No sé qué hacer y espero a tener la opinión de la de cabecera que es la única que, o sabe qué pasa, o es capaz de arrojar algo de luz. La obstetra que me atiende me culpabiliza de la muerte de mi bebé por gorda. La digo que llevo 2 años intentando quedarme embarazada (y no con el peso de ese momento). Su contestación es que la sanidad pública es una subvención (lo que me quitan de la nómina debe ser para otras cosas) que no va a gastar dinero en mí cuando se sabe que las gordan no paren (bueno vale, no dijo eso, dijo “cuando se sabe que el sobrepeso es la principal causa de aborto y se van a tirar recursos”, vamos que lo dijo en fino, pero lo dijo). También apuntó que estaría mucho mejor empleado cualquier dinero en contratar a un entrenador personal que en cualquier cosa. Llorando – no podía ser de otra forma- me volví a casa. Ni os imaginais lo dificil que es llorar y respirar con mascarilla.
Mi médico me dice que en principio, la ventaja de la pastilla es la de no tener que usar un quirófano con los riesgos que implica. Así que sí, esa va a ser la mejor opción. Las instrucciones de la obstetra gordofóbica son que vaya con el informe a cualquier hospital para que, o que programen cirugía en caso de legrado, o que administren la medicación. Voy con el informe al hospital más cercano… y tengo ciento y una preguntas de “¿por qué has venido a este hospital?” “¿por qué te han derivado?” “¿pero esto por qué no te lo han hecho cuando te han dado el informe?” (a pesar de que ven que el informe procede de un centro de salud donde no me pueden ni dar las pastillas ni practicar legrado, saben perfectamente el protocolo, pero oye, cuánto les jode trabajar). La mejor es “¿y por qué has venido aquí?”. Tampoco deben saber que hay libre elección de centro. De hecho, fuí allí porque era más cercano que donde me dieron el informe (1 hora de viaje en metro al hospital de referencia del informe frente a 10 min escasos de renfe). Me vuelven a mirar, oscultar, escanear, vuelven a confirmar diagnóstico, me hacen análisis para comprobar que efectivamente pueden darme la medicación que dicen que deben darme y me voy con el tratamiento puesto. Me dicen que si sangro mucho mucho que vuelva. Me dicen que puede que me duela un poco más que una regla, que sea como una regla más abundante… y me dan un papel. Un papel que me dan DESPUÉS de que haya firmado el consentimiento informado. Me voy a mi casa.



Según me acuesto empiezo a tener escalofríos. Me conciencio que puede ser la medicación e intento tranquilizarme. Cada vez no sólo tengo más frío sino que además, también me están dando espamos. De repente me empiezan a doler los riñones como si me los estuvieran extirpando. Noto cómo empieza a chorrear sangre. Estoy mareada. Mi pareja intenta ayudarme pero no puede. Cuando, a pesar de la compresa, empieza a caer sangre a borbotones, me ayuda a ir a al baño. Dejo un reguero de sangre en el pasillo. Tengo las piernas llenas de sangre. Llamamos a la ambulancia. Vienen. “¿Qué ha pasado?” Contesto que me han dado las pastillas para expulsar el bebé. “Pero, ¿eso cuándo ha sido?” Le contesto que apenas dos horas, dos horas y media. “Joder, si es que siempre hacen lo mismo. Os largan pa’ casa y luego pasa esto… ¿qué les costará dejaros en observanción? ¿En qué hospital ha sido?” Contesto que en el 12 de Octubre. “Pues si la cagan ellos que lo arreglen ellos, allí que vamos. Que me digan que tienen el hospital lleno…pues vale, pero el de maternidad está vacío. Joder, la gente qué pocas ganas de currar”. Y sí que es verdad que estaba vacío, me pasé toda la noche oyendo risas, recetas, planificaciones de cumpleaños… entre desmayo y desmayo. Pero me estoy adelantando.
Llego. lo primero que me dicen “Respira bien, estás respirando mal” “¿Pero…cómo… quiere… qué…respire?” “Pues como las personas normales… te vas a poner peor”. Mientras me abronca por cómo respiro (¿?) la mirada de odio que me dirige no os la podéis ni imaginar. Imaginaos a la persona que más odiáis, imaginaos que hace lo que más aborrezcáis… y ésa era la mirada de esta señora. No sé qué le hize, pero empecé a mirar la puerta. No recuerdo qué posición obstentaba (enfermera, médico…). Llega otra persona. Otra vez ni idea de si es médico, enfermera… “¿Te duele como una regla, a que sí?” ¿A qué no? ¿Tú cuándo tienes la regla te desmayas, no te tienes en pie, manchas y traspasas la compresa de maternidad en 30 min(eso en el hospital, que en mi casa tuve que ir al retrete porque caía a chorros), y te retuerces como si te estuvieran cortando como un serrucho? ¿No, verdad? Le dije lo mejor que pude “Perdóname por lo que te voy a decir, pero llamarlo dolor de regla es ser hijo de puta por no tener ni idea de lo que es una regla o no querer saber. No se parece en nada a un dolor de regla“. (recordemos que en este hospital 2 semanas antes también me dijeron que estar embarazada era una condición dolorosa). No le gustó mi respuesta y se fue. “¿Te has tomado un paracetamol, no? Pues no se te puede dar nada hasta mañana.”
Vino la médica (ésta sí que se presentó como tal). “Cámbiate en el baño” Entre las lágrimas, el mareo… Vino la de la respiración. “Necesitamos que te desnudes de cintura para abajo” En eso estaba… Pero por supuesto ayuda no hubo. Recuerdo quitarme las bragas empapadas en sangre brillante y trozos. Trozos blanditos, rosas del tamaño de mis dedos. ¿Estaría ahí lo que hubiera sido mi hija? ¿Sería parte de ella? ¿Dónde lo tiro? ¿qué hago? Supongo que tardé porque creo que me lo repitió varias veces. Al final lo conseguí. Y me ayudó a volver a la camilla… Aquí estuve un rato sufriendo. “Vamos a quitarte todo lo que podamos para que vaya más rápido, vale?” Creo que me quejé del dolor varias veces. Repetían como un mantra “Es que te has tomado un paracetamol”. Me estuvieron retirando “los restos”. Eso consistió en abrirse de piernas, que te metan la mano hasta dios sabe dónde con dolores insoportables, pero sin posibilidad de acceder a ningún otro medicamento porque “ya te has tomado un paracetamol”. Llenaron la bandeja que tienen para tijeras, forceps… 2 veces. Quitaron una sábana llena de más “restos” (aparte de las bandejas) goteando sangre. Llegó un momento que no quería respirar, pero mi cuerpo, con sus automatismos seguía respirando aunque yo no quisiera. No era capaz de enfocar y tampoco de oír. Me sacudieron. “Ya estás” me contaron cosas que no recuerdo. Me dieron dos compresas que me puse a la vez pues seguía sangrando. Todo lo tenía manchado de sangre; el vestido, las bragas, las piernas… cuando volví la vista atrás había un charco enorme y la camilla estaba llena de restos a pesar de haber retirado ya las sábanas y gran parte. Lo único que he visto similar es la bandeja de entresijos en la casquería.
“Ahora te vienes para acá”; “No, para este lado”; “es para hoy”. Iba haciendo eses en el pasillo. Y la persona que me estaba guiando cada vez estaba más contrariada. Llegamos a un cuartucho con una camilla y tres sillones. Siéntate aquí. Había una mujer, morena, de cara agradable pero sufriendo, ya sentada. al poco se fue y otro alguien, no sé si celadora, enfermera, o médica, me espetó: “¿Y la que había aquí?” No contesté primero porque no sabía qué había sido de ella. Pero tampoco tenía fuerzas. Volvió a preguntarme de forma tal que su desprecio se notara por encima de todo “¿piensa volver o qué?” Dije un par de “no lo sé” lo más alto que pude, aunque no creo que fuera muy alto. Me faltaba aire y hablar era un esfuerzo. Tenía frío. Me miró con desdén, hizo un ruido de “pff” y se largó. No sé si dejé las cosas en una mesa que había o me las dejaron ahí. No lo recuerdo. Tenía muchísimo frío, pensaba que me congelaba pero no tenía fuerzas, no podía hablar para pedir ayuda, no podía moverme para coger mi abrigo (a pesar de ser junio me llevé un abrigo por la tiritona que tenía). Los dos días siguientes los pasé en la cama con mantas tratando de recuperarme de aquel frío incapacitante. Creo que me desmayé dos veces. Creo que alguien vino y me tomó de la mano. No sé ni quien fue ni qué quería. De vez en cuando sí me despertaba y oía a las -supongo- enfermeras charlar; que si voy a hacer tortilla de patatas, que como la hago que a ver cómo haces una fiesta de cumpleaños con la pandemia, que si en casa no gusta el plato tal, que si fulana en mi bloque ha montao un sarao, jajajaj , jijiji. Con el cambio de turno apareció un hombre, de camino a la sala de las enfermeras me vio. “¿Te encuentras bien?” Negué con la cabeza. “¿Tienes dolor?” “Sí” se fue. Ipso facto escuché “Tenéis ahí a una chica con dolores, ¿le habéis dado algo?”. Diez minutos más tarde vino alguien con un algo, creo que nolotil. Cogí fuerzas. Cogí mi abrigo. Llamé a mi hermana. Necesitaba salir ya de allí. Necesitaba escapar de esa tortura. Toda una noche en un sillón encogida y desmayada. Y a nadie le importó. Mi hermana llegó y me llevó a casa. Preguntó perpleja. No sabía nada. Los efectos secundarios de aquellas pastillas me duraron una semana de la que no podía salir de la cama excepto para el baño y por descomposición, pues la diarrea era otro de esos efectos. El sangrado duró 40 días. Las pesadillas recurrente en las que estoy cubierta de sangre gritando y trozos rosas, blanditos e informes de carne desperdigados por el suelo un mes de forma recurrente. Aún así, de vez en cuando, acechan.
Tuve consulta a los días de dejar de sangrar. Le digo que lo he pasado fatal, que ha sido horrible. No sé qué estaba haciendo la médica, si leyendo informes anteriores u ordenando expedientes. No lo sé, me da igual. Sólo sé que no me miró a la cara y que desde luego no me escuchó. El relato de terror que conté con las pastillas que me pusieron no lo oyó, o le dio igual. Lo entendí después que no había oído nada. En la camilla, sola, por supuesto, me hizo una ecografía vaginal. “Bueno esto está muy bien… sí… vamos a repetir el tratamiento”. Mi voz en off fue como ¿por qué quieres torturarme de nuevo? ¿qué te he hecho yo? ¿por qué me odias con saña? ¿No te acabo de contar que fue una tortura? Mi cara sería un poema… porque sin abrir la boca, ella misma me dijo: “no te veo convencida” (pues no oiga, no soy nada fan del autoflagelamiento). “No quiero tomar esas pastillas, me sentaron mal”. A pesar de las mascarillas el ceño fruncido lo distingüí claramente. Y me di cuenta de que mientras había estado sentada en la silla no me había escuchado un carajo. Volvió a mover el ecógrafo dentro de la vagina, esta vez con poca delicadeza. “Pues no hacemos nada”. Levanté las cejas con sorpresa (es un gesto que hago muy a menudo, no sirvo para jugar al póker). “¿Tampoco te parece?” el tono cada vez más agresivo y sin sacar el ecógrafo de mi vagina. No sabía qué decir, vale no me has escuchado, pero te he dicho, por segunda vez que me han sentado mal. “¿No hay otra alternativa?” Me contestan mientras va moviendo el ecógrafo con ninguna delicadeza ya. “No, no te voy a hacer un legrado, tienes la pared en bla-bla y no es lo apropiado, no, no te tomas nada y ya.” (¿? yo no he pedido uno, me sorprendo). Luego más tarde, en una clínica privada, me explicaron que los dos posibles tratamientos eran o repetir misofar por si acaso o legrado, pero que este último ha de hacerse con un mínimo de grosor, que estaba al límite y que no merecía la pena, pero claro, en la camilla con una médica cabreadísima con que su paciente osara levantar una ceja y sin saber esto, pues mi cara debió ser un poema. Y la médico lo interpretó como un ataque personal a su autoridad. Como dije ut supra lo de empatía y tratar con humanos se quedó muy muy lejos en el camino. “¿No te parece? ¿No te has quedado conforme? ¿Si quieres no te cito y acabamos ya?” y apretó el ecógrafo de nuevo. “sí sí de acuerdo”. Qué le vas a contestar. Para empezar, lo que quieres es que deje de hacerte daño con el ecógrafo y lo saque de tu vagina. Y lo segundo es que quieres salir de allí ya. No me podía creer que después de haberla contado el sufrimiento, la incapacidad, la debilidad, los mareos, la diarrea, los dolores punzantes, el llorar de dolor, ¿me quería hacer pasar de nuevo por ello? La única explicación lógica que encuentro es que necesito ese tratamiento, no asumo que el sadismo sea la razón. Es por ello que pregunto qué otro tratamiento hay. Porque si lo recomienda, es porque lo necesito, ¿no? Y si lo necesito, pues ese tratamiento no lo tolero bien oiga. No asumo en ningún momento que le sobran pastillas y que no sabe cómo encasquetarlas. Salí de allí muerta de rabia e ira.
El tercero. Qué miedo. M I E D O . Así en grande con mayúsculas. Miedo a todo, a respirar, a hablar, a desmayarme. Y es que además se sumó diabetes gestacional, aunque ese diagnóstico se confirmó después del legrado en una hipotética semana 14. No he bebido más agua en mi vida. Los labios cortados siempre, no importaba cuanto cacao me echara. La boca siempre seca. Siempre sed, me acostaba con sed, me despertaba con sed. Además, cada tres cuatro horas veía doble si no comía algo, que trabajando es complicado, me desmayaba (no al suelo pero si flojera). Todo está bien, me decían. En la primera consulta echaron a mi marido (era una clínica privada) “por orden del ministerio”, según ellos. Luego, una odisea para que le dieran un justificante (porque no sé ustedes, pero yo me ausento del trabajo y es lo primero que me piden: una causa justificada). Para colmo de males me dio una urticaria severa por todo el cuerpo, pero especialmente se me inflamó la cara. Estuve varios días en urgencia, pues bajaba la inflación y a las horas toda la cara hinchada de nuevo (con el consecuente riesgo de asfixia). Me miraron por si el embarazo estaba en riesgo, pero siempre que estaba todo perfecto. Pero que no me encuentro bien. No, no, eso es porque estás negativa…Una semana más tarde en la revisión privada, ídem que los anteriores; se había parado el corazón. ¿Vienes con alguien? La última vez echaron a mi marido de la consulta. No quisieron darle justificante de acompañante… Y ¿Tienes la desfachatez de preguntar si voy acompañada? Vete a la M. Después del legrado, me llamaron del hospital público. Vente corriendo que los análisis no salen bien. ¡No me digas! ¡Qué sorpresa! Las veces que fui a urgencias, ¿qué?, ninguna pista, ¿verdad? Querían decirme que tenía diabetes gestacional con un legrado hecho.
Y hasta aquí puedo leer. La historia sigue, por supuesto, con muchos médicos y hospitales, mucha condescendencia y relativización de los síntomas. Y la clara convicción de que hay demasiado trabajo por hacer en el campo de la salud relacionado con las mujeres. Y lo primero que hay que mejorar es una capacidad humana: la empatía. Mientras que los profesionales de la salud no se conciencien que sus pacientes son humanos y se les debe respeto (hablarles con corrección, decirles la verdad, presentarse adecuadamente, explicar la situación, dar libertad de elección…) seguiremos creando traumas entre las mujeres.
Les agradezco su tiempo leyéndome. Si les gustó, compartan. Si no, también pueden indicarlo en comentarios.
Les dejo más abajo, enlaces, páginas web que quizás les sirvan de utilidad:
Matriactivista ®️ Formación e Inspiración Maternofeminista Radical ♀ para matronas/mujeres/madres.
Asociación El parto es nuestro
Cuando un aborto se convierte en violencia obstétrica
Apoyo para la muerte perinatal y neo natal
Sanidad cambia de criterio y aconseja no separar a las madres con covid-19 de los recién nacidos
Empieza la batalla legal por elegir cómo queremos parir
Violencia obstétrica: cómo afrontar la asistencia al parto para evitar malas experiencias
ANÁLISIS | Permisos parentales: España en comparación con otros países europeos
Asociación PETRA Maternidades Feministas
Informe Umamanita – Calidad de la atención sanitaria en casos de muerte intrauterina
Red Infertiles | Asociación Red Nacional Infértiles.
- Radiojaputa 10 | Especial maternidad: de la presión para ser madres a la violencia obstétrica
- Radiojaputa 42 | Violencia Obstétrica: la violencia que no existe
- Radiojaputa 55 | Especial maternidad: ¿Eres madre? Esto es lo que el patriarcado espera de ti
- Radiojaputa 51 | Ir al médico siendo mujer
- Radiojaputa 118 | Especial Familias Monomarentales